22. September 2022
Experiencia surrealista
Anoche, respondiendo a una invitación, fui al restaurante Pakuri para participar en una degustación de vinos de Moldavia. Al menos, eso fue lo que entendí.
Se entiende que una actividad de esta naturaleza tenga un costo. Las personas que deseen participar deben hacer una inversión, contribución… no sé, hay varios términos que se aplican. Lo último que se me hubiera ocurrido es que tenía que pagar un monto en concepto de… entrada, y solamente entrada. Ahí empezó la sucesión de términos y situaciones extrañas.
Es cierto, la imagen publicitaria no especifica qué es lo que se va a hacer. Solamente hablaba de la experiencia, el local, y el precio. La abundancia de catas y maridajes que tenemos últimamente mi hizo tener una idea preconcebida… idea que resultó totalmente equivocada.
Sin embargo, ni en mis más exaltadas elucubraciones podía haber imaginado lo que sucedió desde el momento de pagar una entrada.
Muy amablemente, la anfitriona explicó que al entrar nos entregarían una copa con la que podríamos hacer las degustaciones (lo único normal, diría yo), y a continuación procedió a darnos unos cuponcitos con valores nominales en guaraníes, equivalente al valor pagado. Estos cupones servirían para pagar la consumición de picadas disponibles… en una reducida carta, y para comprar algún vino que fuera de nuestro interés. Textualmente, aclaró que las degustaciones de los vinos ya estaban incluidas.
Sin embargo, resultó que no era así. Cada vez que solicitaba probar un vino, la carga de la copa tenía un costo predeterminado. Los cupones no alcanzarían para probar la mitad de los vinos en exhibición. En fin… ya estábamos en el baile.
Las personas que servían los vinos eran muy amables y escanciaban correctamente. Sin embargo, más allá de ofrecer un blanco, rosado, tinto, o espumoso, poco o nada decían de los vinos, de las uvas, de la región. Nada. Nichts. Zero.
Tampoco había sugerencias para los maridajes, así que había que recurrir al instinto. La carta era reducida, como ya comenté, pero descubrimos que los platos también eran reducidos. Ninguna de las comidas que pedimos parecía fresca, y había una mezcla de sabores que denotaban el uso indiscriminado de los medios de cocción. Si pido mandiocas fritas al estilo provenzal, espero saborear la mandioca frita, el ajo, las hierbas… pero no espero que se cuele el gusto a algún pescado. Y ya que estamos, no me parece muy higiénico que haya un gato paseándose por el salón del restaurante.
En lo que respecta a los vinos que probé, no me disgustaron, pero tampoco me parecieron excepcionales. Y no sé cuál es el mercado objetivo de los importadores, pero los precios están muy por encima de lo que gustosamente pagaría por ellos. Pasa que en nuestro mercado hay vinos mucho, pero mucho mejores, a una fracción del precio que hubiera debido pagar por una botella de estos vinos.
Es bueno pensar que en la vida no hay errores, sino aprendizajes. Anoche aprendí que no debo ir a comer a este restaurante, y que tal vez no debo comprar estos vinos.