Esas veredas

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No necesariamente tropicales

La mayoría existe. Algunas no, pero no se puede tener todo.

Los paraguayos parecemos tener una relación de amor-odio con las veredas. Hace tiempo me pregunto por qué será que la gente prefiere caminar sobre la calzada antes que sobre las veredas.

Manejando por la ciudad, tengo que cuidarme no sólo del tráfico, sino que también de los peatones que están caminando despreocupadamente por la calzada. El hecho no añade precisamente tranquilidad al momento. No tengo buenos pensamientos en esas ocasiones.

Sin embargo, cuando me toca ponerme el sayo y caminar por ahí, veo que es difícil encontrar veredas en buen estado. Las hay con más baches que las calles de Asunción. Las hay con baldosas levantadas. Las hay con malezas y alimañas. Las hay en construcción y en reparación. Y por supuesto las hay en buen estado de conservación. Sin embargo, la última categoría no abunda.

Así, la simple tarea de buscar a mis hijos del colegio supone un viaje de aventura esquivando baches en las veredas y autos en la calzada. De niños nos acostumbramos a ese juego. De adultos ya es un hábito.

No obstante, pienso que todos estos inconvenientes son subsanables con el tiempo. Los que no parecen tener visos de solución son los que me reservé hasta ahora: las veredas ocupadas. La ocupación se da de muchas maneras… hay manifestantes que tendrán seguramente un motivo justificable para su protesta, pero al hacerlo cercenan el derecho de los demás a desplazarse libremente dentro del territorio nacional (y dudo que estén ahí gratuitamente). Hay personas que estacionan sus vehículos en el lugar que por excelencia corresponde al peatón (y nunca se encuentra un zorro gris cuando se les necesita). Pero los peores son los comerciantes que extienden (o simplemente instalan, expropiando el territorio) sus negocios de manera tal que el caminante entra al local comercial o pasa a compartir el espacio con el parque automotor. En esta última categoría también marcan presencia los vendedores ambulantes… venden lo que sea, y entre sus costos está la destrucción de la vereda.

Seguiremos quejándonos, parece, porque las reparaciones no tienen visos de venir lo suficientemente rápido y nuestras costumbres se vuelven atavismos.

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